martes, 13 de octubre de 2015

LA FUNCIÒN FUNDAMENTAL DEL ESTADO ÈTICO DE DERECHO. Juan Josè Bocaranda E.

 
 
LA FUNCIÒN FUNDAMENTAL DEL ESTADO ÈTICO DE DERECHO.
Juan Josè Bocaranda E.
Al Estado Ético de Derecho, esencialmente Benefactor, le corresponde cumplir, en este nuevo milenio, una función de impulsor del ascenso de la Humanidad, hacia gradas de mayor evolución moral.
Pese a todas las teorías del optimismo, la Humanidad no se halla sufi­cientemente preparada para ascender al escalón de los valores espirituales, siendo que todavía ni siquiera satisface las exigencias de los valores morales. Si, por ejemplo, aherrojada por el más craso egoísmo, a estas alturas del Mundo no realiza el deber moral de la solidaridad humana y social, ¿podemos afirmar que está en condiciones de trascendentalizar la solidaridad hacia el amor espiritual?
El Estado Ético de Derecho debe asumir la función, elevada y digna, de contribuir a la formación de los individuos y de las colectividades en un espíritu de realización de los valores morales. Para ello, debe inyectar sentido de responsabilidad moral al acatamiento de las leyes, con el fin de que cada individuo sepa hallar satisfacción moral en el cumplimiento de los deberes para con sus semejantes, consciente de la dignidad humana y contribuyendo al crecimiento del espíritu de solidaridad y de generosidad.
Pero... nada de lo anterior es posible, si el Estado mismo no se hace digno de orientar como sujeto de responsabilidad moral, sobre la base de la manifestación probatoria de su propia realización.
    
La Moral es, ante todo y sobre todo, ejemplaridad viviente...

miércoles, 7 de octubre de 2015

EL TRIBUNAL DE LA JUSTA JUSTICIA Juan Josè Bocaranda




EL TRIBUNAL DE LA JUSTA JUSTICIA
Juan Josè Bocaranda

El conocido reportero de Tribunales del Diario…Pedro Rimales, reseñò este caso:

“En el dìa de hoy…el Tribunal de la Justa Justicia…de la Circunscripciòn de…dictò Sentencia Moral en proceso abierto contra la ciudadana…a quien se imputa el homicidio de su esposo…
El fallo dice asì:

“Este tribunal considera conveniente realizar las siguientes  consideraciones previas.

Rige el deber de amar y proteger en todo momento y circunstancia a lo màs hermoso y valioso de la Creación: la mujer, cuya expresión màs tierna, cercana y evidente son nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras hermanas, nuestras novias, nuestras amantes, nuestras esposas, nuestras hijas, nuestras amigas, por lo que el juez que suscribe no puede menos que evocar la imagen de la mujer con  el màs intenso sentimiento de amor y veneraciòn, al dictar esta sentencia.

No escapa al tribunal que este veredicto marcha contra la jurisprudencia tradicional y contra una costumbre inveterada pero profundamente criticable, que en esencia deja a la mujer en el abandono y la coloca en riesgo, sacrificando su derecho a la vida, en aras de cierta tendencia sospechosa a proteger los abusos y los desmanes del hombre cruel. Actitud èsta radicalmente abominable y obcecada. Abominable, porque violenta principios fundamentales del ser humano;  obcecada, porque persiste en negar a ultranza la verdad, como si se tratase de ciegos voluntarios.

La indolencia, la indiferencia, la pasividad, cuando son absolutamente injustificables, descalifican moralmente a los jueces que las ponen en juego, porque los tornan en  cómplices tàcitos de criminales sangrientos, como lo son aquèllos que maltratan y  arrastran a la muerte a la flor màs hermosa de universo.

Cuando un tribunal alcahuetea al tirano domèstico, condenando  a la mazmorra a la mujer que defendió  su vida, en el fondo es co-autor de una lapidación criminal, aunque diga lanzar la primera piedra en nombre de la ley y la justicia.

Asì lo digo y sostengo ante el Mundo, sean cuales sean las consecuencias que en lo personal me puedan afectar, como lo podrá ser el fin de mi carrera, si se tiene en cuenta el poder del dogmatismo recalcitrante, que todo pretende congelarlo por los siglos, sin abrirse a nuevas luces como lo exigen los nuevos tiempos...

El deber prohumano de defender a las mujeres por esta vìa judicial, se justifica màs, si cabe, cuando se tiene en cuenta que muchas de ellas  son víctimas de la superficialidad, como lo evidencia el hecho absurdo de que se dejan sorprender y esclavizar por malandros de alto coturno o baja ralea, quienes las deslumbran con engañosas apariencias, hasta que es demasiado tarde, a menos que se les ayude, como ocurre en el presente caso.

Quiera Dios que esta decisión despierte conciencias y siente  jurisprudencia a nivel de las naciones que creen y quieren realizar de verdad los derechos humanos que tanto pregonan. Todo, en nombre de la mujer y de sus hijos.

Expresadas las consideraciones anteriores, se prosigue para decidir:

Consta en autos plena prueba (que sòlo los ciegos voluntarios no pueden ver) de que
1º.el marido solìa vapulear a la mujer en forma inhumana, despiadada, increíble, en todo momento y circunstancia, dejándola en innumerables ocasiones al borde de la muerte,
2º. la mujer “vivía” bajo el peso de una amenaza de muerte, permanente y agobiante, que le impedía desempeñarse como un ser normal en sus relaciones familiares, sociales ni laborales.
3º.pese a las numerosas denuncias, las autoridades policiales o judiciales actuaban con la màs absoluta negligencia, al punto de dejar a la vìctima en el mayor desamparo, con lo que la condenaron –podrìa decirse asì- a una muerte segura, expuesta como estaba a las agresiones de la bestia.

Por todo lo anterior, este Tribunal de la Justa Justicia (no de la Justicia injusta, ficticia, falsa, interesada, desviada, tendenciosa, aparente, meramente formal), a despecho de escribas y fariseos, declara al marido muy bien muerto y a la mujer libre de pecado, pues lo que hizo fue absolutamente necesario para salvar la vida.

Asì se decide.
Nomejoda.com.
Firma: el juez Severo Martillo y Deleduro”.

Nota:
Se dice que al juez lo liquidaron a las tres de la tarde, en la plaza central. Dizque lo colgaron como al hombre que matò a la Lola…

E

domingo, 4 de octubre de 2015

VANIDADES Juan Josè Bocaranda E



 
VANIDADES (1)
LA VANIDAD DEL HOMBRE
Juan Josè Bocaranda E
 
Miro esqueletos humanos todos los días
y ello me ha creado
 una idea fija,  una obsesión,
una inquietud persistente. 
No puedo evitarlo. 
Inevitablemente
pienso en la cercanía de la muerte
 de cuya realidad es mensajera la calva, 
son mensajeros los huesos. 
 
Cuando realizo la radiografía 
de una parte del cuerpo,
de un brazo, de una mano, 
de un dedo o de toda la armazón 
de los huesos,
ello me lleva a pensar
 en lo pasajero de la vida,
en la cercanía del fin,
en el fin de los días.
 
La vanidad del hombre
es como el  escenario del teatro, 
esplendoroso y atractivo  por fuera,
pero  con armazón de listones, 
alambres, cabillas y remiendos
por dentro.
 
La vanidad del hombre
es como las zapatillas de la diva, 
que salpican luces por fuera
 pero ocultan remiendos, manchones
 e hilachas, por dentro.
 
La vanidad del hombre
es como los techos relucientes
 cuya parte trasera tiene que velar el cielorraso
 
¿Qué es el hombre 
sino un vanidoso andamio
de huesos revestidos de carne? 

Jamás lo olvides:
bajo la risa de la carne,
la sonrisa de la calavera,
permanente,
macabra,
que de todos
y de todo  ríe.
 
Tampoco olvides:
con la calavera,
en todo caso y circunstancia,
siempre nos estamos riendo
los unos de los otros
aunque no se quiera.
 
Por ello, cúrate de la vanidad
 mirándote hacia dentro,
por debajo de la piel,
por debajo de la piel
mirando hacia dentro a  los demás.
 
Al estilo del Arcipreste de Hita
quizás sea conveniente que esta verdad
yo te repita:
No es la belleza como la pintan los pinceles
lo dijo el sabio Bruno y lo gritó Praxiteles.
Las cosas de este mundo
 siempre tienen doble faz
la que admiras por delante
y la que existe, no tan linda,
por detrás.
 
¿Te habías detenido a pensar en todo esto
 alguna vez?
Pues de ahora en adelante
mira bien hacia adentro,
mira bien hacia arriba,
mira bien hacia atrás,
que es donde está la realidad.
 
  
VANIDADES  (2)
MIENTRAS ME AFEITO
Juan Josè Bocaranda E
 
Mientras  me afeito,
a través de la magia del espejo me adentro en mi propio cuerpo
y bajo la piel miro mi calavera sonriente,
que con carcajada permanente y silenciosa
se ríe de mí, de mi vida
y de mis penas.
 
Y mientras pienso en el embotellamiento del tránsito 
que sin duda me espera
y me preocupa,
como me preocupa la carátula adusta de mi jefe,
mi calavera se ríe y se burla,
como diciendo,
ríete  de los embotellamientos
y hasta de  tu jefe: 
hagas lo que hagas y por muy tarde que llegues,
te reclamará arrugado de furia por fuera,
 pero sonriendo por dentro,
con la sonrisa congelada y permanente
de la calavera.
 
Piénsalo bien.
A la hora de la verdad
todos los jefes lucen adustos por fuera
 pero sonríen de gozo por dentro.
 
Cuando el coronel
lanza groserías a mansalva  y tacos a granel
porque los soldados no han logrado vencer,
detente a mirarlo un rato por dentro:
bajo el uniforme lustroso
sólo hay un esqueleto pretencioso
que se pasea con aires marciales,
como si le sonasen dentro
a la vez
cinco o seis marchas nupciales.
 
Cuando el sargento,
entre gritos, groserías y abusos,
salpica de saliva el rostro del recluta,
manifestándose como auténtico hijo de chucuta,
no pasa de ser sino una lastimosa calavera
que de todo ríe,
a pesar de sus gritos de payaso
y de sus ridículas zancadas por la  guerra.
 
Cuando  te desprecie una dama más presumida
que la reina del Piura,
abstráete de las brochas, del carmín,
de  la pintura.
Olvídate de la nariz hermosamente puntiaguda,
del pellejo, de los aros, de los demás guilindrajos
y sólo piensa en sus huesos
y en su precioso esqueleto
sin hilito dental  y sin trasero.
Imagínatela entonces mirando
su calavera,
atónita y espantada
como un espanto cualquiera.
 
En la playa
colócate con primor tus viejos lentes de sol
y traspasa con los x  de tu imaginación,
los minúsculos trajes de baño y los hilos dentales
con los que desfilan aquellas comensales,
y hallarás
que por debajo de tanto elemento
sólo buscan exponer al sol
su vulgares esqueletos.
 
El mundo fue, ha sido y lo será siempre
un baile,
un desfile,
un carnaval,
una comparsa,
una retreta
de esqueletos ambulantes
y  calaveras sonrientes.
 
 
VANIDADES (3). 
VIDRIERAS Y PASARELAS
Juan Josè Bocaranda E
 
Una mujer se inclina
para mirar una vidriera en la avenida,
pero no veo a una dama de piel bruñida
y de colores hermosos,
sino un simple y desnudo esqueleto
con sonrisa permanente y macabra,
(eso sí,
pulcra y coquetamente  vestido a la moda),
que escudriña fijamente los corotos.
El esqueleto al parecer desea
comprar
un mono de tela japonesa,
una gorra frigia,
un traje de luces,
unas sandalias importadas de Ucrania,
unas alfonsinas tejidas en España
y unas licras con flecos,
para disfrazarse eficazmente  los huesos. 
Oronda y elegante, 
una dama ondula, como sierpe ondulosa, 
por la pasarela,
pero  al penetrar con mis rayos sus ropajes
sólo hallo debajo  un esqueleto disfrazado
 de mujer bella
que pasea con sonrisa descarnada,
 permanente y macabra,
exhibiendo una estopilla de colores,
concebida
por Versace,
Petra La Kotuffa
o Pompilio Catalá.
Y quienes contemplan aquel andamio de huesos contoneantes,
con aparente seriedad,
sonríen íntimamente
con la sonrisa que les presta la muerte.
 
Cuando veo al magistrado
 orondo de vanidad,
que se juzga dueño de vidas y fortunas
sólo veo a un flaquísimo esqueleto
que dice administrar justicia,
pero yo sé, y ustedes también,
que por debajo de la piel hirsuta,
el muy hijo de su madre
se ríe a mandíbula hilarante
de la propia justicia.
 
Cuando veo al doctor, al entomólogo, 
al astronauta, al  ricachón, al político,
 al especialista en numismática,
a la doctora cual y tal y pim y pam,
no veo sino esqueletos sonrientes
que se ríen los unos de los otros,
y que ingenuamente
juran que esto es vida
cuando en realidad es muerte.
 
 
VANIDADES (4)
COREOGRAFÍA  DE LOS ESQUELETOS
Juan Josè Bocaranda E

Cuando, con mi silenciosa sonrisa en calavera,
 presencio un  espectáculo
de luces y colores
a cuyo resplandor danzan como actores
 hombres y mujeres
duchos en contorsión y movimientos,
sólo veo,
inevitablemente,
un conjunto  de esqueletos
que danzan en coreografía macabra
con la muerte.
Y qué decir de los señores de la orquesta
que no son sino esqueletos musicales
que martillan con sus huesos los timbales
y con las uñas sostienen los violines
mientras las calaveras pasan su trabajo
para poder rasgar los bajos
y hacer que vibren los clarines.
En cuanto al director de orquesta,
es un esqueleto más
que,  presto, agitado  y sudoroso,
bate
con garbo y donosura la batuta
mientras los músicos le siguen
con carcajadas silenciosas
riéndose de las brazadas portentosas.
En fin y al cabo,
el director que bufa,
los músicos que agitan,
el bailarín que suda,
el público que aplaude  y grita,
la bailarina inquieta
 que menea con persistencia y arte
la hermosa vasija donde hierve el chocolate,
todos son esqueletos,
todos son calaveras,
que ríen de gozo por dentro
y disimulan por fuera.

 
VANIDADES (5)
PÉSAMES Y CUMPLEAÑOS
Juan Josè Bocaranda E

El hombre y la mujer son pura risa
 silenciosa.
Por debajo de la piel,
 la calavera,
por mucho que la persona sufra, gima o clame,
mira con sonrisa permanente y macabra
la enfermedad, el dolor y la muerte.

Cuando alguien te felicita porque cumples años,
bajo la sonrisa de la piel lleva otra risa,
que en silencio te dice,
no cantes victoria sobre el tiempo ni la muerte,
el próximo año quizás no estés presente.

Y cuando cantas para picar la torta
y luego soplas las velas,
en el fondo no eres tú con tu pellejo
lustroso
el que baila y salta y ríe de gozo,
sino tu esqueleto y calavera.

Y cuando se desencadene el sabroso menequeo,
al son de tambores, cornetas y timbales,
detente a mirar con  bifocales
bajo la piel de los gozosos maniqueos,
cómo, hipócritas, se ríen de tus vinajeras
ocultando sus rientes calaveras.

Y cuando alguien se te acerca para darte el pésame
y pinta rostro grave y compasivo,
sólo simula comprender y lamentar tu dolor:
en realidad
bajo la piel está sonriendo
con la más amplia sonrisa,
ante tu pasmo y tu clamor.

Qué son las exequias, los sepelios,
sino una procesión de calaveras y esqueletos,
que se apresuran al entierro de los muertos,
olvidando que por dentro también ellos están yertos.

El hombre y la mujer son por debajo del pellejo,
risa fija,
risa fría,
risa oculta,
risa insulsa,
frente a la vida
y aun frente al dolor y la muerte.


VANIDADES(6)
BAJO LA CAPA DE LA PIEL
Juan Josè Bocaranda E
 
Bajo la capa de la piel
el hombre es una sonrisa descarnada. 

Cuando yace en el féretro,
mientras deudos y amigos gimen,
 sonriendo por debajo de la piel,
y aparentan dolor y le llevan coronas
 y juran lamentar su marcha,
él,
tendido cómodamente en la cama de la urna,
 les sonríe,
como diciendo
qué tontos son, no vale la pena. Si es que estoy muerto de la risa.
Y hasta me levantaría a bailar el hulahula,
 si no fuera por la artritis
y el dolor de cintura.
 
Y cuando un cantante, un escritor, un poeta,
 un científico eminente,
un filósofo lustroso o un profesor alambicado
 y sabio,
toman la palabra en público,
creen que el público que aplaude su sapiencia,
aplaude las verdades que aparentan decir,
pero en realidad, bajo la piel,
las calaveras sonríen
con sonrisa macabra y permanente,
como diciendo,
a la hora de la verdad no son tan grandes verdades. Toma las cosas con humildad,
no seas tan serio.
 
Bajo la piel no hay artistas,  no hay actores, 
no hay actrices, no hay estrellas,
no puede haber actuaciones,
porque las calaveras son peladas, son lisas
y carecen de expresión y de facciones.
Por esta razón,
a las plateas de Hollywood no tiene acceso cualquiera,
a menos que se pinte de piel la calavera.
Tampoco tienen acceso los esqueletos
a menos que se disfracen como artistas 
de respeto.
 
En el teatro de la vida,
todos somos finos actores,
porque sobre la piel sabemos aparentar 
dolor, entusiasmo, alegría, horror, 
pena, sinsabor, amistad, sinceridad
 y otras ficciones,
mientras por debajo
del hipócrita pellejo,
para la calavera fría,
todo se reduce a una sola función,
 a un solo papel,
que es enseñar una sonrisa panorámica,
a veces bidente,
a veces totalmente desdentada,
a veces con un solo colmillo,
a veces sin incisivos
 o con pocos molares,
pero sonrisa, en fin, franca, entusiasta y ancha
aunque  puede que le falte la plancha.

 
VANIDADES (7)
LA  VERDADERA IGUALDAD
Juan Josè Bocaranda E
 
Digan lo que digan,
escriban lo que escriban,
griten cuanto griten,
los luchadores sociales
(que hasta dejan la vida por las calles)
hay un momento que nadie puede negar
cuando se igualan todos 
en  igualdad individual y social.
Y el mismo son le toca a la igualdad sexual
pues también llega un momento
en que la desnudez  definitiva pinta
al hombre y la mujer por igual.
 
En ese momento memorable 
cuando la muerte da el hachazo
y marca el punto y aparte,
se borran las diferencias
de identidades,
de culturas,
de patrimonios,
de colores,
de razas,
de estaturas,
de sexos,
de habilidades,
de dignidades,
y todos comenzamos a reír una misma risa,
un mismo llanto,
una misma quimera,
un mismo canto,
con la armazón del esqueleto
y  la hilaridad de hielo
de la calavera.
 
Desnudos de la piel y privados de “aquellos” adminículos,
las mujeres y los hombres resultamos 
al fin y al cabo iguales,
con la gélida igualdad que nos genera la muerte
y la sonrisa permanente
del cráneo pelado
que parece mirar al infinito
embelesado.
 
La sonrisa macabra y fría que llevamos por dentro
es “el ser del ser”
que según los sabios
de hoy y los de ayer,
todo  lo junta,
lo nivela
e iguala.
 
La sonrisa de las calaveras
y  la esbeltez de los esqueletos,
son  el patrimonio común
de la humanidad
en todos los tiempos
.
La filosofía de la muerte nos enseña
que la verdadera y plena igualdad 
 no consiste en tener sino en no tener:
como es imposible que todos tengan todo,
es más fácil que nadie tenga nada.
 
Quitando, pues,
 la sangre,
la carne,
el pellejo,
la vanidad,
los prejuicios
y los demás trebejos,
quedan los puros huesos.
 
Esa es la verdadera igualdad,
que viene sola
sin conmoción social.