VANIDADES (1)
LA VANIDAD DEL HOMBRE
Juan Josè Bocaranda E
Miro esqueletos humanos todos los días
y ello me ha creado
una idea fija, una obsesión,
una inquietud persistente.
No puedo evitarlo.
Inevitablemente
pienso en la cercanía de la muerte
de cuya realidad es mensajera la calva,
son mensajeros los huesos.
Cuando realizo la radiografía
de una parte del cuerpo,
de un brazo, de una mano,
de un dedo o de toda la armazón
de los huesos,
ello me lleva a pensar
en lo pasajero de la vida,
en la cercanía del fin,
en el fin de los días.
La vanidad del hombre
es como el escenario del teatro,
esplendoroso y atractivo por fuera,
pero con armazón de listones,
alambres, cabillas y remiendos
por dentro.
La vanidad del hombre
es como las zapatillas de la diva,
que salpican luces por fuera
pero ocultan remiendos, manchones
e hilachas, por dentro.
La vanidad del hombre
es como los techos relucientes
cuya parte trasera tiene que velar el cielorraso
¿Qué es el hombre
sino un vanidoso andamio
de huesos revestidos de carne?
Jamás lo olvides:
bajo la risa de la carne,
la sonrisa de la calavera,
permanente,
macabra,
que de todos
y de todo ríe.
Tampoco olvides:
con la calavera,
en todo caso y circunstancia,
siempre nos estamos riendo
los unos de los otros
aunque no se quiera.
Por ello, cúrate de la vanidad
mirándote hacia dentro,
por debajo de la piel,
por debajo de la piel
mirando hacia dentro a los demás.
Al estilo del Arcipreste de Hita
quizás sea conveniente que esta verdad
yo te repita:
No es la belleza como la pintan los pinceles
lo dijo el sabio Bruno y lo gritó Praxiteles.
Las cosas de este mundo
siempre tienen doble faz
la que admiras por delante
y la que existe, no tan linda,
por detrás.
¿Te habías detenido a pensar en todo esto
alguna vez?
Pues de ahora en adelante
mira bien hacia adentro,
mira bien hacia arriba,
mira bien hacia atrás,
que es donde está la realidad.
VANIDADES (2)
MIENTRAS ME AFEITO
Juan Josè Bocaranda E
Mientras me afeito,
a través de la magia del espejo me adentro en mi propio cuerpo
y bajo la piel miro mi calavera sonriente,
que con carcajada permanente y silenciosa
se ríe de mí, de mi vida
y de mis penas.
Y mientras pienso en el embotellamiento del tránsito
que sin duda me espera
y me preocupa,
como me preocupa la carátula adusta de mi jefe,
mi calavera se ríe y se burla,
como diciendo,
ríete de los embotellamientos
y hasta de tu jefe:
hagas lo que hagas y por muy tarde que llegues,
te reclamará arrugado de furia por fuera,
pero sonriendo por dentro,
con la sonrisa congelada y permanente
de la calavera.
Piénsalo bien.
A la hora de la verdad
todos los jefes lucen adustos por fuera
pero sonríen de gozo por dentro.
Cuando el coronel
lanza groserías a mansalva y tacos a granel
porque los soldados no han logrado vencer,
detente a mirarlo un rato por dentro:
bajo el uniforme lustroso
sólo hay un esqueleto pretencioso
que se pasea con aires marciales,
como si le sonasen dentro
a la vez
cinco o seis marchas nupciales.
Cuando el sargento,
entre gritos, groserías y abusos,
salpica de saliva el rostro del recluta,
manifestándose como auténtico hijo de chucuta,
no pasa de ser sino una lastimosa calavera
que de todo ríe,
a pesar de sus gritos de payaso
y de sus ridículas zancadas por la guerra.
Cuando te desprecie una dama más presumida
que la reina del Piura,
abstráete de las brochas, del carmín,
de la pintura.
Olvídate de la nariz hermosamente puntiaguda,
del pellejo, de los aros, de los demás guilindrajos
y sólo piensa en sus huesos
y en su precioso esqueleto
sin hilito dental y sin trasero.
Imagínatela entonces mirando
su calavera,
atónita y espantada
como un espanto cualquiera.
En la playa
colócate con primor tus viejos lentes de sol
y traspasa con los x de tu imaginación,
los minúsculos trajes de baño y los hilos dentales
con los que desfilan aquellas comensales,
y hallarás
que por debajo de tanto elemento
sólo buscan exponer al sol
su vulgares esqueletos.
El mundo fue, ha sido y lo será siempre
un baile,
un desfile,
un carnaval,
una comparsa,
una retreta
de esqueletos ambulantes
y calaveras sonrientes.
VANIDADES (3).
VIDRIERAS Y PASARELAS
Juan Josè Bocaranda E
Una mujer se inclina
para mirar una vidriera en la avenida,
pero no veo a una dama de piel bruñida
y de colores hermosos,
sino un simple y desnudo esqueleto
con sonrisa permanente y macabra,
(eso sí,
pulcra y coquetamente vestido a la moda),
que escudriña fijamente los corotos.
El esqueleto al parecer desea
comprar
un mono de tela japonesa,
una gorra frigia,
un traje de luces,
unas sandalias importadas de Ucrania,
unas alfonsinas tejidas en España
y unas licras con flecos,
para disfrazarse eficazmente los huesos.
Oronda y elegante,
una dama ondula, como sierpe ondulosa,
por la pasarela,
pero al penetrar con mis rayos sus ropajes
sólo hallo debajo un esqueleto disfrazado
de mujer bella
que pasea con sonrisa descarnada,
permanente y macabra,
exhibiendo una estopilla de colores,
concebida
por Versace,
Petra La Kotuffa
o Pompilio Catalá.
Y quienes contemplan aquel andamio de huesos contoneantes,
con aparente seriedad,
sonríen íntimamente
con la sonrisa que les presta la muerte.
Cuando veo al magistrado
orondo de vanidad,
que se juzga dueño de vidas y fortunas
sólo veo a un flaquísimo esqueleto
que dice administrar justicia,
pero yo sé, y ustedes también,
que por debajo de la piel hirsuta,
el muy hijo de su madre
se ríe a mandíbula hilarante
de la propia justicia.
Cuando veo al doctor, al entomólogo,
al astronauta, al ricachón, al político,
al especialista en numismática,
a la doctora cual y tal y pim y pam,
no veo sino esqueletos sonrientes
que se ríen los unos de los otros,
y que ingenuamente
juran que esto es vida
cuando en realidad es muerte.
VANIDADES (4)
COREOGRAFÍA DE LOS ESQUELETOS
Juan Josè
Bocaranda E
Cuando, con mi
silenciosa sonrisa en calavera,
presencio un
espectáculo
de luces y
colores
a cuyo
resplandor danzan como actores
hombres y mujeres
duchos en
contorsión y movimientos,
sólo veo,
inevitablemente,
un
conjunto de esqueletos
que danzan en
coreografía macabra
con la muerte.
Y qué decir de
los señores de la orquesta
que no son sino
esqueletos musicales
que martillan
con sus huesos los timbales
y con las uñas
sostienen los violines
mientras las
calaveras pasan su trabajo
para poder
rasgar los bajos
y hacer que
vibren los clarines.
En cuanto al
director de orquesta,
es un esqueleto
más
que, presto, agitado y sudoroso,
bate
con garbo y
donosura la batuta
mientras los
músicos le siguen
con carcajadas
silenciosas
riéndose de las
brazadas portentosas.
En fin y al
cabo,
el director que
bufa,
los músicos que
agitan,
el bailarín que
suda,
el público que
aplaude y grita,
la bailarina
inquieta
que menea con persistencia y arte
la hermosa
vasija donde hierve el chocolate,
todos son
esqueletos,
todos son
calaveras,
que ríen de
gozo por dentro
y disimulan por
fuera.
VANIDADES (5)
PÉSAMES Y CUMPLEAÑOS
Juan Josè
Bocaranda E
El hombre y la
mujer son pura risa
silenciosa.
Por debajo de la
piel,
la calavera,
por mucho que
la persona sufra, gima o clame,
mira con
sonrisa permanente y macabra
la enfermedad,
el dolor y la muerte.
Cuando alguien
te felicita porque cumples años,
bajo la sonrisa
de la piel lleva otra risa,
que en silencio
te dice,
no cantes
victoria sobre el tiempo ni la muerte,
el próximo año
quizás no estés presente.
Y cuando cantas
para picar la torta
y luego soplas
las velas,
en el fondo no
eres tú con tu pellejo
lustroso
el que baila y
salta y ríe de gozo,
sino tu esqueleto
y calavera.
Y cuando se
desencadene el sabroso menequeo,
al son de
tambores, cornetas y timbales,
detente a mirar
con bifocales
bajo la piel de
los gozosos maniqueos,
cómo,
hipócritas, se ríen de tus vinajeras
ocultando sus
rientes calaveras.
Y cuando
alguien se te acerca para darte el pésame
y pinta rostro
grave y compasivo,
sólo simula
comprender y lamentar tu dolor:
en realidad
bajo la piel
está sonriendo
con la más
amplia sonrisa,
ante tu pasmo y
tu clamor.
Qué son las
exequias, los sepelios,
sino una
procesión de calaveras y esqueletos,
que se
apresuran al entierro de los muertos,
olvidando que
por dentro también ellos están yertos.
El hombre y la
mujer son por debajo del pellejo,
risa fija,
risa fría,
risa oculta,
risa insulsa,
frente a la
vida
y aun frente al
dolor y la muerte.
VANIDADES(6)
BAJO LA CAPA DE LA PIEL
Juan Josè Bocaranda E
Bajo la capa de la piel
el hombre es una sonrisa descarnada.
Cuando yace en el féretro,
mientras deudos y amigos gimen,
sonriendo por debajo de la piel,
y aparentan dolor y le llevan coronas
y juran lamentar su marcha,
él,
tendido cómodamente en la cama de la urna,
les sonríe,
como diciendo
qué tontos son, no vale la pena. Si es que estoy muerto de la risa.
Y hasta me levantaría a bailar el hulahula,
si no fuera por la artritis
y el dolor de cintura.
Y cuando un cantante, un escritor, un poeta,
un científico eminente,
un filósofo lustroso o un profesor alambicado
y sabio,
toman la palabra en público,
creen que el público que aplaude su sapiencia,
aplaude las verdades que aparentan decir,
pero en realidad, bajo la piel,
las calaveras sonríen
con sonrisa macabra y permanente,
como diciendo,
a la hora de la verdad no son tan grandes verdades. Toma las cosas con humildad,
no seas tan serio.
Bajo la piel no hay artistas, no hay actores,
no hay actrices, no hay estrellas,
no puede haber actuaciones,
porque las calaveras son peladas, son lisas
y carecen de expresión y de facciones.
Por esta razón,
a las plateas de Hollywood no tiene acceso cualquiera,
a menos que se pinte de piel la calavera.
Tampoco tienen acceso los esqueletos
a menos que se disfracen como artistas
de respeto.
En el teatro de la vida,
todos somos finos actores,
porque sobre la piel sabemos aparentar
dolor, entusiasmo, alegría, horror,
pena, sinsabor, amistad, sinceridad
y otras ficciones,
mientras por debajo
del hipócrita pellejo,
para la calavera fría,
todo se reduce a una sola función,
a un solo papel,
que es enseñar una sonrisa panorámica,
a veces bidente,
a veces totalmente desdentada,
a veces con un solo colmillo,
a veces sin incisivos
o con pocos molares,
pero sonrisa, en fin, franca, entusiasta y ancha
aunque puede que le falte la
plancha.
VANIDADES (7)
LA VERDADERA IGUALDAD
Juan Josè Bocaranda E
Digan lo que digan,
escriban lo que escriban,
griten cuanto griten,
los luchadores sociales
(que hasta dejan la vida por las calles)
hay un momento que nadie puede negar
cuando se igualan todos
en igualdad individual y social.
Y el mismo son le toca a la igualdad sexual
pues también llega un momento
en que la desnudez definitiva pinta
al hombre y la mujer por igual.
En ese momento memorable
cuando la muerte da el hachazo
y marca el punto y aparte,
se borran las diferencias
de identidades,
de culturas,
de patrimonios,
de colores,
de razas,
de estaturas,
de sexos,
de habilidades,
de dignidades,
y todos comenzamos a reír una misma risa,
un mismo llanto,
una misma quimera,
un mismo canto,
con la armazón del esqueleto
y la hilaridad de hielo
de la calavera.
Desnudos de la piel y privados de “aquellos” adminículos,
las mujeres y los hombres resultamos
al fin y al cabo iguales,
con la gélida igualdad que nos genera la muerte
y la sonrisa permanente
del cráneo pelado
que parece mirar al infinito
embelesado.
La sonrisa macabra y fría que llevamos por dentro
es “el ser del ser”
que según los sabios
de hoy y los de ayer,
todo lo junta,
lo nivela
e iguala.
La sonrisa de las calaveras
y la esbeltez de los esqueletos,
son el patrimonio común
de la humanidad
en todos los tiempos
.
La filosofía de la muerte nos enseña
que la verdadera y plena igualdad
no consiste en tener sino en no tener:
como es imposible que todos tengan todo,
es más fácil que nadie tenga nada.
Quitando, pues,
la sangre,
la carne,
el pellejo,
la vanidad,
los prejuicios
y los demás trebejos,
quedan los puros huesos.
Esa es la verdadera igualdad,
que viene sola
sin conmoción social.